Campos de Amapolas

 

 


Campos de amapolas

 

Recuerda que conoció a su bisabuelo dos veranos, y también el sabor a nostalgia  que le dejarían eternamente los verdes, rojos campos de amapolas.

Era experto en poner motes,  rebautizar a la familia. A su hijo le llamó cielo, por sus ojos azul cielo, su nieto por tanto era el hijo de cielo y Manolin, el nietecillo de cielo.

Bueno pero esta es otra historia.

Cada domingo a las ocho en punto de la mañana, el bisabuelo Eustaquio se presentaba en casa con una rosca de tallos para toda la familia, apoyado en su inseparable garrota y unos binoculares, a los que él llamaba anteojos. Todos  en la cama aun: Manolin escondido debajo de las sabanas.

Vengo a enseñarle a mi bisnieto los campos de amapolas.

Y a Manolín  afín a la costumbre del bisabuelo, lo rebautizó. Lo llamó Manuelito. -Es más de mi época, decía el bisabuelo. Al bisnieto no le gustaba, pero se aguantaba.

-No se hable más, decía. Vámonos al molino Manuelito. Tengo que hacer un encargo del Ayuntamiento.

Y Eustaquio lo ataba con su cinturón al sillín trasero de su bici, camino del molino molemocho.

Y Manuelito sentado en la bici de su bisabuelo, miraba embelesado, durante todo el viaje la belleza verde-trigo  y rojas amapolas que se extendía a lo largo del camino por el que circulaban.

 

 

 

 

 

Y él soñaba que se revolcaba en esa alfombra verde y roja   durante horas.

 Al final de estos campos  se extendía un grandísimo charco   de  agua. Un rio y unas ruinas a la orilla de este.

 

Sentados al borde de un riachuelo, el bisabuelo le explicaba la historia de los ríos que formaban esa gran extensión de agua que les rodeaba y las ruinas de lo que fue un antiguo molino.

-En este gran charco las aves paran para reponer fuerzas, cuando van de un lado a otro, porque su viaje dura a veces varios días hasta llegar a su destino, le contaba Eustaquio.

Y su bisabuelo seguía:

-Y aquí está. Este molino servía para moler trigo.  Todos estaban en la orilla de los ríos, para aprovechar los saltos de agua,  Luego se transportaba este en costales a las panificadoras. Allí se hace el pan.

 

 

 

 

 

 

 

 Bueno, que veo que te estás durmiendo Manuelito, ya debes   de estar cansado, el próximo domingo te seguiré contando. Te   explicaré como vamos hacer aquí el museo. Ya sabes que el   Ayuntamiento, al ser yo un experto en museología, me   encargó planos para su restauración.

 Ahora nos toca degustar el bocadillo.  Y después la   mermelada de higo  que nos ha puesto en las alforjas tu   madre.

 Una  cata de pan con aceite y chocolate. Se relamía. Era el   momento más feliz de la mañana de esos domingos   inolvidables con los que su bisabuelo le deleitaba.

Y con los labios pringaos de aceite y chocolate miraba a su bisabuelo y le decía: No me llames más Manuelito.

Y su Lelo respondía: No hables con la boca llena y come Manuelito. Mientras la bici, seguía tumbada al sol sobre los rojos campos de amapolas.

 

Manu & Willy