" valientes" con chupete

 

“Valientes” con chupete

 

Los únicos animales que me han producido verdadera desconfianza, miedo, pavor, horror y espanto, durante esta ajetreada existencia mía, han sido  los animales que transitan a dos patas: los  bípedos. Ellos han deseado con verdadero ahínco que mi fallecimiento no fuese por causas naturales.

Siempre he sido un luchador pacifico, o así lo he presumido, de causas perdidas; recuerdo que comencé clandestinamente por los años 80. ‘Imposible terminar con estas estructuras tan arraigadas’, decían mis compañeros. Pero la voluntad de vencer era más fuerte que la posibilidad de rendirse, nos animaba la lucha por nuestra libertad.

¡¡No sabremos defender la democracia si no la conocemos¡¡’, era nuestra frase preferida por aquellos años.

 Pero se consiguió, ¡¡Y  rescatamos aquel barco que ya creíamos  hundido. ¡¡

Hoy los recuerdo como ya muy lejanos y en realidad siguen saludándome cuando rebusco y encuentro en el baúl, aparcado en el trastero,  los recortes de periódicos ya amarillentos  y plagados de polvo, y parece que el sufrimiento, físico y psíquico, todavía no pasó.

Fueron unos años violentos en todo y para todos, unos años en los que se confundía el terror externo, con la clandestinidad interna; unos años que no sé qué hacer con ellos; unos años ¿para olvidar o para recordar?

A veces, incontables veces, estoy y me defino ambiguo y me confundo, y no sé qué decisión tomar.

Nunca observé una violencia tan repetida ni cruel, era agónica y extrema: unos seres llamados humanos despotricaban con sudor malvado en sus sienes contra otros, dejando habitualmente el amanecer plagado de flores rojas llenas de espinas.

Mi corazón y mi mente quedaron heridos de por vida, las cicatrices que paseo, a veces con orgullo y otras con rencor, por no desear olvidar, ni perdonar, me llevan a seguir subsistiendo, porque deseo disfrutar de todos los placeres que posteriormente me ha regalado la vida, ya en la distancia de aquellos años malvados que marcaron mis odios, mis pasiones y mis temores  para siempre.

Amaneció, y mis sueños se desvanecieron como el polvo impulsado por el viento, y fueron a posarse en las aguas de un sinuoso arroyo cercano que los enamoró, y desfilaron y se mezclaron con él hasta posarse dulcemente en sus más abruptas hondonadas para sentir el tiempo pasar reposadamente sin ser sobresaltados jamás.

Ya la luna caminaba despacio, lentamente, hacia un lugar ignoto a refugiarse para  “deliberar” sobre tanta maldad que, presumía, se iba a cometer  durante ese día, y que ella ya, se negaba a  iluminar.

El día era tranquilo, apaciguado, lleno de brumas mañaneras, un día de esos en que sólo deseas y añoras que no acaezca nada, era un día de tantos que ansias “dejar pasar”. Nos levantamos enganchados a él, un sol radiante, con una nieve cristalina y algodonada dándonos la espalda, como si no le apeteciese que la mirásemos, por si con nuestro “examen” pudiésemos mancharla, seguro que pensaría “humanos, solo destilan mal”.

Mi mente y mi cuerpo en sublime compañía disfrutaban, o al menos eso creía yo; las atrocidades mentales se revolvían nuevamente en mi mente, habían vuelto a resucitar. Me resistía  a ello. Empecé a disfrutar del aire que explotaba de la montaña, a la que íbamos dejando atrás por la “fuerza” de una maquina cansada y renqueante, que a veces se resistía a seguir el destino que se le había impuesto.

Medio adormilados, pero con ganas de disfrutar, tomamos un rumbo sin destino

Domingo, en un lugar que con nuestra vulgar ignorancia imaginamos/creímos que estaría poco frecuentado, ya cerca del Pirineo, lo vimos. No tendría  más de diez años, estaba sentado al borde de la carretera, esperando simplemente dar muerte o llevar hacia ella.

Walkyetalky en mano, abrigo hasta las cejas acurrucado y tiritando de frio, allí estaba él, al lado de una carretera, exhibiendo cara de pena… y de niño, inmóvil y observando para ir dirigiendo mediante engaños malvados a un animal herido hasta una muerte segura.

‘Hay que acorralarlo, hay que asesinarlo, hay que darle /provocar muerte; este debe ser y será su final,’ cara de niño

Sabemos que el abuso humano y el maltrato a los animales están estrechamente relacionados. Alimentamos un círculo de violencia, con los animales y entre nosotros mismos.

Es la santa ignorancia el obstáculo y energía declarada de toda injustificación de la verdad.  Giordano Bruno

 

Un angustiado jabalí estaba siendo perseguido y acorralado por una manada de perros azuzados por una jauría de        hombres sedientos de sangre.

    Ellos viven aquí, es su hábitat natural, hasta que un día, no muy lejano ya, la mano inmisericorde y maldita del hombre     los    extermine para siempre.

    Conservar es de sabios, el hombre, con la maldad innata que padece, muy asiduamente destruye.

   He llegado a odiar con infinita maldad a esos hombres que se creían valientes ante un animal aterrado y en su propio hábitat.

Sentí por un momento que el jabalí acorralado me transmitía su terror y volví a aquellos años en que padecí en mi propio cuerpo lo mismo, acorralado y a veces esperando el final, un final que nunca llegó. A veces me sigo preguntando cómo el destino se alió conmigo para ahuyentar lo que, cerrando los ojos, imploré/deseé que nunca llegara.

Y horrorizados observamos  cómo el jabalí emitía unos gritos desgarradores, intentaba huir sin conseguirlo y al final se despeñó y cayó intentando huir de la maldad de unos seres que se llaman a sí mismos, racionales.

¡Déjame vivir, a veces mi subconsciente me repetía sin que yo pudiese intuir que este lo pensara ¡

Nuestro día se tornó gris, acicalado de penumbras, y triste, por conocer la maldad humana en todo sus extremos, la cobardía que somos capaces de exhalar los humanos, la cara de maldad del asesino que deseaba abatir con los medios más atroces y reflejando toda su cobardía en sus ojos desorbitados de sadismo.

Al siguiente día intentábamos olvidar lo que nunca hubiésemos deseado ver, cuando nos topamos con los restos de lo que ellos llaman cazar animales -nosotros llamamos simple y llanamente asesinar-: decenas de cartuchos desfilaban monte arriba por el sendero por el que nos recogíamos, para no toparnos de nuevo con seres malvados y crueles; era como estar sentado, horrorizado, viendo una película de la matanza que se había producido el día anterior.

  Y nuestros pensamientos al unísono fueron:”son hombres de poca lectura y rebosantes de incultura”.

   Y los tres nos recogimos en aquella casita del valle, solitaria, amable, arrinconada y a favor del viento, y observamos la luna de nuevo en la noche llena de recuerdos que no nos dejaban dormitar y de seguimos  pensando: “Nos marchamos  tristes y  oliendo a muerte”.

-‘Hemos de encontrar lugares inaccesibles donde los veamos caminar libres y henchidos de vida’, me dijo.

-‘Imposible’ respondí, ‘donde habite el ser humano, será el infierno para ellos,  seguirá existiendo muerte y dolor,  lo llevamos    impregnado en la piel’.

“Donde vive un cazador pueden vivir diez pastores, cien labradores y mil agricultores. Crueldad con los animales no puede sostenerse cuando hay una educación y una cultura verdaderas. Es una de las perversidades más significativas de un pueblo de clase baja e innoble.

Alexander von Humbolt (1769-1859), investigador de ciencias naturales:

    -‘¿Y hasta cando durara esto?’

     -‘Cuando el hombre desaparezca, el mundo volverá a ser lo que fue al principio de los tiempos. Un lugar eximido de maldad.

Y en la tranquilidad de la noche, Willy oteaba las  estrellas. Me senté a  su lado y le abracé. Intenté fundirme con él y sus pensamientos, el firmamento estaba plagado de miles de millones de puntos luminosos llenos de vida, y pensé -seguro que él también-: “Que  ínfimos somos con respecto al universo y qué importantes se sentían estos asesinos de animales.”

 

Unos minutos más tarde fuimos a reencontrarnos  con ella, que  ya dormitaba dentro de la casita; estaba llorando de pena, y sus lágrimas me tapiaron el alma; sollozando me susurró que lo hacía por no haber podido salvar la vida de un inocente animal y porque había visto la cara de un asesino disfrutando con ello.

Agotados ya todos los sentidos, nos acomodamos para intentar deleitarnos de la belleza que nos quería proyectar este firmamento de locura.

 

 Y nos dormimos los tres, desechando el viento.

            Manu y Willy

 

PD:    Cuando una persona come carne de caza tiende a ser muy habitual que se preocupe por su posible contaminación con plomo, un metal tóxico que ingresa en la carne a través de los perdigones o cartuchos de los cazadores.

 Las municiones de plomo pueden tardar unos 100-300 años en degradarse y desaparecer completamente del ecosistema

La cifra aproximada de un millón de cazadores españoles matan cada año casi 14.000.000 de seres vivos.

Ello supone arrojar anualmente al campo, al aire, a los cultivos, al agua, más de 4.000 toneladas de plomo, un metal pesado extremadamente tóxico.

Recientes estudios advierten de que esta permanente e invisible contaminación supone “una seria amenaza” para nuestra salud y la de la fauna salvaje.